Hacer un trabajo verdaderamente de calidad implica una serie de mini decisiones y esfuerzos orientados a ser mejores. Es decir, un trabajo de calidad no es simplemente un entregable aceptado por el cliente, sino un proceso que busca la excelencia en todas las etapas. Eso significa que desde la conceptualización hasta la entrega, todas las manos involucradas en el proceso están convencidas de que cualquier trabajo que valga la pena hacerse, merece hacerse BIEN.
Eso significa que los textos están escritos a conciencia, revisados ortográfica y gramaticalmente, orientados a lo que nuestro cliente necesita y aportando valor. Significa que los diseños son atractivos, alienados a las sugerencias de nuestros clientes, con atención a los detalles, por muy pequeños que sean. Significa reportar minuciosamente nuestro progreso a las partes involucradas, comunicar efectiva y respetuosamente las dificultades, revisar toda nuestra comunicación antes de enviarla y estar abiertas a escuchar lo que no queremos escuchar. Entonces, podemos decir que para nosotras en barrilete, la excelencia o el trabajo bien hecho no es una acción, sino un hábito que implica repetición y práctica. Y debe estar integrado en nuestros procesos internos, individuales y de equipos.
Cuando hacemos un trabajo a medias, para salir del paso, por la urgencia o la carga de trabajo, estamos poniendo en peligro los años de esfuerzos previos. Basta un trabajo mal hecho para dañar la reputación de diez trabajos excelentes. Y esto no solo daña nuestra reputación, sino que daña a nuestros beneficiarios finales: a los docentes que quieren ser mejores educadores, a los estudiantes de secundaria que están ampliando sus habilidades de empleabilidad, a periodistas que quieren reportar desde una perspectiva más humana, a niños y niñas que tienen derecho a aprender y se les niega hacerlo en su lengua materna. Todos nuestros esfuerzos repercuten directa o indirectamente en estas poblaciones que han sido vulneradas. Lo mínimo que podemos hacer por ellas es hacer nuestro trabajo bien.
Hace varios años, muchísimos artistas visitaron Nicaragua y ofrecían sus performances en los barrios más pobres. ¿Se pueden imaginar el ballet ruso, uno de los más prestigiosos del mundo bailando en puntas sobre una calle de tierra y sin alumbrado para un público que nunca había visto ballet? El análisis de un escritor sobre ese enorme gesto de compartir arte del más alto nivel fue que el pueblo no merece un arte inferior a lo perfecto. Quizás la gente hubiera estado contenta con un show menos profesional, con menos bailarines, o con otras zapatillas, pero el deber de quien ofrece un servicio es siempre hacerlo al máximo de sus capacidades, no al máximo que cree que su público merece.
Finalmente, un trabajo bien hecho es también un acto de respeto hacia nosotras mismas. Es un compromiso a mejorar constantemente y a ofrecer lo mejor de nosotras. Además, incluso cuando las cosas salen mal, los clientes no están felices o no logramos una meta, nadie nos puede quitar la satisfacción de que hicimos lo mejor que pudimos. Fallar por negligencia es un error, pero fallar dando el máximo es solo un paso hacia el crecimiento personal.
Directora de educación - Barrilete
Investigadora, psicóloga educativa, maestra